Siete capillas budistas contíguas se cobijan bajo una enorme roca en Dambulla (Sri Lanka)
En estos tiempos en los que, por mucho que nos pese, «todo lo que era sólido» se desvanece ante nuestros ojos y nos sentimos perdidos en la precariedad de una —cada vez más— «vida líquida», llama la atención descubrir cómo el hombre desde sus más primitivos orígenes ha necesitado sentirse seguro, para lo que se ha apoyado en determinados elementos de la naturaleza que consideraba inmutables.
Contrasta esta modernidad tan licuescente con el reconocimiento en distintos escenarios naturales —que he tenido el privilegio de visitar últimamente— de la fuerza y la sensación de pervivencia que emana de la inmovilidad de las rocas. Sólo la erosión y el paso del tiempo han ido perfilándolas y dándolas forma hasta poner en evidencia estructuras majestuosas que, no es de extrañar, han causado sensación de eternidad y de profunda religiosidad en múltiples y distantes civilizaciones a lo largo de la historia.
Hoy, que nos hemos vuelto más bien agnósticos, que hemos visto tantas cosas que ya casi no nos sorprendemos con nada, que se nos han acortado tanto las distancias e incluso las culturas (salvando algunas excepciones), he pensado que merecía la pena hacer un alto en el camino para relacionar distintos escenarios naturales protagonizados por sendas rocas, que se caracterizan por una impresionante monumentalidad y por haber sido utilizados por el hombre como referencias religiosas y/o como demostración de un poder terrenal que igualmente rozaba lo inalcanzable y, por tanto, también lo religioso.
Mi primera referencia se encuentra en la Merindad burgalesa de Sotoscueva, y más concretamente en Ojo Guareña, donde una enorme roca sirve de techo a la ermita rupestre de San Bernabé y San Tirso, además de ser el punto de acceso a un laberinto de cuevas ínterconectadas del que se han explorado hasta ahora algo más de 100km.
Sin adentrarnos en las cuevas, donde existen pinturas rupestres de hace más de 10.000 años y evidencias humanas de unos 70.000, me quedo aquí con unas pinturas —de menos relevancia histórica, pero que sin duda bien justifican una visita—. Están datadas entre los siglos XVII y XVIII y, a modo de «Capilla Sixtina», decoran el techo de la ermita y sirven de pórtico a este espectacular escenario kárstico.
Nos movemos ahora al Pirineo oscense para visitar el Monasterio de San Juan de la Peña. Nuevamente, el hombre ha elegido una roca imponente para cobijar un lugar donde lo religioso y lo político se entremezclan y se refuerzan mutuamente. Esta vez se trata de un monasterio con un hermoso claustro románico construido entre los siglos XI y XII que es a la vez todo un símbolo del poder terrenal, hasta el punto de encontrarnos con el origen del Reino de Aragón y el lugar de enterramiento de sus primeros reyes.
Hacen honor al enclave del monasterio las palabras de Miguel de Unamuno, que le describía a como «…la boca de un mundo de peñascos espirituales revestidos de un bosque de leyenda, en el que los monjes benedictinos, medio ermitaños, medio guerreros, verían pasar el invierno, mientras pisoteaban la nieve jabalíes de carne y hueso, salidos de los bosques, osos, lobos y otros animales salvajes».
Hemos visto muchas veces esta imagen en los libros de texto pero, a pesar de su magestuosidad y de su importancia histórica, tengo la impresión de que el lugar pasa ligeramente desapercibido y no tiene el reconocimiento ni las visitas que se merece. Si en lugar de ser el origen de un reino que carece de referentes en la política actual lo fuese de uno de los llamados territorios históricos, no me cabe ninguna duda de que el nacionalismo de turno hubiese hecho de este paraje una peregrinación obligada para todos sus creyentes (y no sé por qué, pero la reflexión me lleva de nuevo a mezclar la política con la religión).
Para acceder a los escenarios siguientes damos un gran salto en el globo terrestre y nos trasladamos hasta la isla de Sri Lanka, situada al sureste de la India.
En primer lugar nos detenemos en Sigiriya, la Roca del León, el monasterio transfigurado en la cima en un palacio cuasi babilónico: más allá de la gran roca, los jardines escalonados y los juegos de agua con fuentes y piscinas rememoran lo que pudieron ser los jardines de Babilonia.
Es difícil encontrar mayor demostración de poder terrenal que el que se quiso representar con esta construcción poco menos que imposible dada la inaccesibilidad de la parte superior de la roca.
Realizado por la visión de un rey que debía estar incómodo con su conciencia después de haber matado a su padre y haber arrebatado el trono a su hermano mayor en pleno siglo V d.C., fue residencia real durante muy pocos años, los suficientes como para dejar un legado universal en una época anterior incluso a la construcción de Santa Sofía en Constantinopla (siglo VI) y, por supuesto, de San Juan de Baños en la provincia de Palencia (siglo VII). Situar en una línea del tiempo estas referencias arquitectónicas nos ayudan a salir de nuestro tradicional ombligo cristiano-occidental y a valorar en su justa medida las manifestaciones artísticas y el refinamiento estético desarrollado por otras culturas.
De lo poco que se conserva, más allá de los cimientos de las dependencias del palacio, se pueden apreciar (sobre la roca, a mitad de un camino inverosímil que nos permite ascender hasta la cima y que no es apto para aquellos que sufren de vértigo ) unas hermosas pinturas que datan de la misma época, y que tienen ese halo entre la belleza, la meditación y el espíritu tan lejano a nuestra cultura, pero que sabe conjugar como nadie el mundo oriental.
Nos vamos ahora hasta Dambulla, también en Sri Lanka, donde nos encontramos un monasterio con siete capillas contiguas horadadas en otra enorme roca, que guarda algunos de los Budas más hermosos de toda Asia y cuyos techos están abundantemente decorados con pinturas alusivas.
Para cerrar esta reflexión, y sin salir de Sri Lanka, dejamos las cuevas y los peñascos para acercarnos al Buda de Galvihara, en Polonnaruwa, antigua capital de Sri Lanka entre los siglos XI y XIII. Es un Buda yacente, esculpido por supuesto en roca, de 15 metros de largo, cuya contemplación emana tal sensación de paz y tranquilidad que no es de extrañar que sea una figura de culto para el budismo a nivel mundial.
No deja de ser curioso que en los cinco ejemplos anteriores, a pesar de la distancia que les separa tanto desde el punto de vista físico (mucho más antes que ahora, cuando el mundo se nos ha hecho tan pequeño) como cultural y religioso, coincidan en el hecho de haber asociado a unas rocas imponentes un poder que trasciende el plano de lo meramente terrenal.
(No sé si la religión participó en la primera identificación de cada uno de los entornos como lugares singulares, pero de lo que no cabe duda es que tanto al cristianismo como al budismo, en su caso, hay que agradecerles que hayan sido la clave para su conservación hasta nuestros días).
Al contemplar estas maravillas aparentemente inmutables a lo largo del tiempo, resulta obligado pensar en cuál será el legado que de estas épocas tan volátiles dejaremos nosotros y si estas impresionantes rocas seguirán ahí, cautivando a nuestros descendientes como hoy lo hacen con nosotros y como lo han hecho siempre, desde hace cientos de años.
Parafraseando a Ingrid Bergman en Casablanca, y aunque salvando muchas distancias, podemos decir aquello de «el mundo se derrumba y nosotros nos…»
…emocionamos…
…con unas rocas.
Fermín,
Me ha gustado tu post sobre Rocas Singulares y me has descubierto lugares en España que no conocía y que por las fotos que acompañas son de obligada visita.
Esperaba que incluyeras en el mismo alguna reseña sobre los Monasterios de Meteora en Grecia, maravilla donde las haya y que refuerzan aún más si cabe el mensaje que transmite tu post. Si no los has visitado es algo que tendrías que hacer y así luego puedes escribir la segunda parte de este post.
Un placer como siempre leer tus posts, ya sean de teleco o de la vida en general.
Un abrazo,
Andrés
Gracias, Andrés,
No he tenido la oportunidad de visitar Meteora, pero las referencias que tengo efectivamente coinciden con tu comentario y, desde luego, lo tengo en lista para un próximo viaje.
Espero que sea pronto.
Por lo demás, me gusta pensar que las experiencias vitales, y sobre todo el cómo las vivimos cada uno, tienen una estrecha relación con cómo analizamos y nos enfrentamos también a los temas más profesionales.
Un abrazo,
Fermín