«Quedan muchos muros por derribar», reza la East Side Gallery, en Berlín. Foto de Fermín Marquina, 2012
Las consecuencias sociológicas del «efecto Donut» estudiado por Queland, en lo que respecta al mundo occidental, las estamos viendo con nitidez en los últimos procesos electorales. La tradicional dialéctica entre izquierdas y derechas o entre progresistas y conservadores ha entrado en crisis y la socialdemocracia, que ha servido de punto de equilibrio entre fuerzas extremas durante la segunda mitad del siglo XX, se está mostrando con una escasa capacidad de evolución para adecuarse a los nuevos tiempos.
En este contexto están emergiendo con fuerza distintos movimientos transversales de carácter populista: unos con un halo de modernidad, a caballo de las nuevas tecnologías, y otros como reacción a algunas de las consecuencias de eso que llamamos progreso.
Los populismos de nuevo cuño se apoyan en las nuevas tecnologías y normalmente vienen con la bandera de la lucha contra la desigualdad social o, lo que es lo mismo, contra el «Donut social». Sin haber llegado a construir un cuerpo de doctrina capaz de resolver las contradicciones derivadas de este progreso, están logrando poner en jaque las reglas de juego que rigen nuestra convivencia, básicamente por incomparecencia de todos los demás, que no han logrado salir de sus viejos axiomas.
En el extremo opuesto se encuentran los nacionalistas ultra-proteccionistas, que aúnan en su lucha tanto la batalla contra el «Donut geográfico» como contra el «Donut social», y se apalancan fundamentalmente en dos ideas-fuerza complementarias:
- Aspiran a blindar sus países, al estilo por ejemplo de lo que ha venido haciendo tradicionalmente China: frente a la tendencia de disociar geográficamente el mercado de la capacidad productiva, provocada por una economía abierta crecientemente digitalizada, los nacionalistas de nuevo cuño pretenden hacerlas coincidir mediante el refuerzo de sus fronteras territoriales.
- Se posicionan en favor de la economía tradicional frente a las nuevas empresas tecnológicas digitales, incluso dentro de un país como EE.UU. cuyas empresas lideran los nuevos tiempos. Intentan de esta manera conseguir el apoyo de esa parte de la sociedad que en este proceso evolutivo ha sido expulsada del paraíso de la clase media. Son los “Digital Losers” que, a la vista está, pueden llegar a ser mayoritarios.
No deja de ser curioso que, mientras en occidente se produce esta dinámica proteccionista con el apoyo de una clase media temerosa, depauperada y en retroceso, en la hermética pero siempre práctica China estén surgiendo voces en defensa de los beneficios de la globalización a nivel mundial. De la misma forma, es reseñable que las grandes tecnológicas americanas hayan levantado su voz clamando contra el anuncio del cierre de fronteras por parte del presidente de EE.UU., aduciendo que buena parte de su capacidad intelectual y conocimiento tiene su origen en países extranjeros.
Lo cierto es que a lo largo de la historia ninguna potencia económica o militar ha conseguido su supremacía, ni ha logrado pervivir, construyendo muros para defender lo ya conseguido. Pero, lamentablemente, cualquier reflexión sobre esta evidencia requiere del análisis de procesos evolutivos que trascienden los cuatro años —posiblemente daría igual que fuesen ocho— de un mandato político sujeto a plebiscito electoral, por lo que todo apunta a que estamos condenados a padecer un largo periodo de fuertes tensiones político-sociales antes de alcanzar un mínimo equilibrio.
Superar esta dinámica requeriría profundizar en la realidad y desempolvar a Braudel —para complementar con una visión de largo plazo nuestra habitual tendencia al cortoplacismo— pero de momento todo apunta a que esto es más de lo que esta sociedad show-mediática, que se deja embaucar fácilmente por los fuegos artificiales, parece capaz de asimilar.
Nota:
Si quieres acceder a artículos anteriores de Queland relacionados con el efecto Donut, entra aquí:
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El efecto Donut tensiona nuestra sostenibilidad.
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Estructura empresarial, Donut geográfico y globalización.
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