Tablón de anuncios. Facultad de Educación en Huesca. / Foto Javier Blasco/ 1-9-10
Estamos tan acostumbrados a que las relaciones humanas se midan en términos económicos que parecemos olvidar que éstas siempre han ido, a pesar de las crisis de distinto tipo –incluidas las de valores– que hemos padecido a lo largo de la historia, más allá de lo que puede ser un intercambio puramente material.
En un principio parece que todo se basaba en la simple colaboración en pos del objetivo común de subsistir, luego apareció el intercambio de productos y servicios que dio paso a la acumulación y a la moneda…
Pero si miramos sólo un poco hacia atrás en el tiempo, nos encontramos con procesos sociales de enorme transcendencia soportados por un entramado de relaciones de proximidad, fundamentalmente familiares y de vecindad, ajenas a la economía del dinero recogida en las estadísticas y controlada por los entes oficiales. Estas relaciones articularon buena parte de nuestra sociedad rural hasta bien avanzado el siglo XX (al estilo de lo que hoy todavía puede verse en las sociedades Amish) y han suavizado el proceso de transformación de una sociedad rural en urbana para absorber la ingente cantidad de personas que se movían del campo a la ciudad.
Sin irnos tan lejos, no resulta descabellado pensar que la evolución de la actual crisis en España y, sobre todo, la asunción de sus consecuencias por parte de la sociedad, hubiese sido muy diferente sin las redes familiares existentes en España (que han llevado a que nuestros pensionistas soporten el coste –al margen de cualquier contraprestación monetaria, por supuesto- de una juventud para la que no hay trabajo) y sin el colchón de la economía sumergida, en la que la línea entre el profesional y el particular está totalmente desdibujada.
Siempre ha existido una Economía Colaborativa, más bien subterránea y poco reconocida, a la que hemos prestado poca atención en tanto en cuanto considerábamos (aunque no fuese abiertamente, ni por parte de todos) que no sólo no socavaba los cimientos de nuestra sociedad sino que incluso ayudaba a sustentarla. Así pues, ¿qué está sucediendo para que la Economía Colaborativa merezca ahora nuestra atención? Sigamos las últimas aportaciones de dos exitosos hacedores de bestsellers, como son Thomas Piketty y Jeremy Rifkin.
Por un lado, Piketty nos dice que durante los últimos treinta años ha habido un crecimiento de la riqueza muy superior al crecimiento económico a nivel mundial, de forma que por ejemplo en España el capital acumulado ha llegado a ser equivalente al PIB de 8 años. A esto contribuyó sin duda la burbuja inmobiliaria, muy importante en un país de propietarios de viviendas, y consecuentemente ahora está sufriendo un proceso de ajuste que está llevando la ratio capital/ PIB a un orden de magnitud en torno a los 6 años.
La acumulación por la acumulación nos aporta una sensación de seguridad, cuya importancia aumenta en tanto en cuanto supone distanciarnos de lo acumulado por los demás más que por lo acumulado en sí mismo, ya que propicia casi ineludiblemente la generación de burbujas cuyo pinchazo termina reduciendo significativamente su valor. Pero lo relevante a nuestros efectos, desde mi punto de vista, es que nuestra sociedad ha llegado a un nivel de acumulación al que por un lado somos incapaces de sacar un mínimo de productividad y, por otro, tampoco le sacamos rendimiento especulativo tras el pinchazo de las últimas burbujas. Inevitablemente, esto provoca que la gente agudice el ingenio para optimizar el rendimiento de sus activos infrautilizados.
Pasando a Rifkin y su «sociedad de coste marginal cero», nos encontramos con una revolución tecnológica digital que reduce significativamente los costes de transacción y elimina las limitaciones de los «mercados relevantes tradicionales» al romper el concepto de distancia, además de llevar prácticamente a cero el valor de los bienes digitalizables (tema éste muy relevante, pero que dejaré apartado en esta reflexión para ceñir mi discurso a la Economía Colaborativa).
Complementariamente, la sociedad española actual cuenta con un activo improductivo no contemplado en los análisis y valoraciones de Piketty sobre la riqueza acumulada, como es una enorme fuerza de trabajo en paro, que incluye además sectores de población de alta cualificación. Este activo se puede materializar en forma de tiempo y disponibilidad, factores que abren la puerta a múltiples iniciativas dentro del ámbito colaborativo, ya que parecen no existir en el mundo de trabajo tradicional.
Si a unos activos improductivos y con dificultades para ser convertidos en dinero liquido, les sumamos unas posibilidades nunca vistas de puesta a disposición para ser utilizados por un mercado que puede ser incluso mundial, la explosión de oportunidades para su uso bajo distintos formatos y modelos de negocio es imparable.
Otro tema es la dimensión que puede llegar a alcanzar la Economía Colaborativa con este caldo de cultivo y el miedo que pueda darnos el asumir el futuro augurado por Rifkin en el que la economía capitalista se reduzca a órdenes de magnitud próximos al 50% de la economía global; y no tanto por lo el hecho en sí, sino por la dificultad de fiscalizar ese otro 50% colaborativo, y por tanto de recabar fondos para atender a las necesidades del estado de bienestar, salvo que asumamos el planteamiento de Piketty de establecer una tasa sobre la riqueza que genere los fondos públicos que las tradicionales tasas sobre la renta puedan dejar de generar. Evidentemente, esta reflexión vuelve a salirse del ámbito de este documento, pero sin ninguna duda, esta visión de política económica será determinante en las decisiones sobre la regulación de la Economía Colaborativa.
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Categorización de la Economía Colaborativa
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Regulación de la Economía Colaborativa (próximamente)
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Consideraciones sobre la Economía Colaborativa para los agentes tradicionales del mercado y los reguladores
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