El Principio de Marginalidad tiene su origen en el idealizado y fantasioso concepto de Competencia Perfecta, base de toda la ciencia regulatoria y de competencia, que define un escenario teórico al que se aproxima mediante instrumentos metodológicos simples de carácter incremental, soportados sobre análisis ceteris paribus que permiten a los agentes económicos dar por supuesta la existencia del resto de los factores productivos.
Su lejanía respecto de la realidad económica termina impulsando modelos de negocio artificiales en los que las relaciones entre los diferentes agentes se ven condicionadas por la acción directa o indirecta de los organismos reguladores.
De esta manera, todas las decisiones regulatorias se apalancan sobre planteamientos marginales, como es el caso de los precios (tema sobre el que tendremos la oportunidad de profundizar en futuros documentos) que se considera deben estar orientados a los costes incrementales a largo plazo.
En lo que se refiere a las telecomunicaciones, este principio constituye la piedra angular del cuerpo de doctrina regulatoria, partiendo de la idea de que la(s) red(es) existe(n) y que no es necesario invertir en ella(s) ni renovarla(s).
Esto es de aplicación tanto para las relaciones entre iguales o semejantes (interworking) como para las relaciones con otros eslabones diferentes de la cadena de valor (operadores de telecomunicaciones con proveedores de servicios, aplicaciones y contenidos digitales), con implicaciones no siempre suficientemente explicitadas:
Corolario 1:
Allí donde se aplica el Principio de Marginalidad, la cadena de valor se considera perfectamente troceable:
– La optimización del modelo se alcanza persiguiendo el óptimo de cada uno de los eslabones, como suma de partes.
– La toma de decisiones en uno de los eslabones de la cadena de valor no depende del eslabón inmediatamente anterior.
– El valor que aportan las oportunidades para el mercado de la integración vertical y la variedad de relaciones multilaterales que podrían articularse entre empresas con distintas capacidades, se considera inferior al que se deriva de unas relaciones tasadas, transparentes e iguales con el resto de los agentes de la cadena de valor.
Sólo para ilustrar el contexto del ecosistema digital en el que se está aplicando el Principio de la Marginalidad, y aún dando por supuesto que entre las empresas de telecomunicaciones existiese una cierta igualdad (que no es tal), parece mucho menos evidente la homogeneidad de empresas como Google, Apple, Amazon, Twitter, eDreams, o empresas de servicios y aplicaciones del contexto del Internet de las Cosas (IdC), de la automoción, de la seguridad, de la gestión empresarial o del ámbito de la salud (que pueden ir desde la gestión administrativa de la sanidad hasta el control y la actuación on line sobre la salud de los ciudadanos).
Sorprende que el sistema regulatorio español y europeo impusiese el “café para todos” en las relaciones entre empresas de telecomunicaciones con independencia de las capacidades individuales de cada una de ellas, pero más sorprendente es el que lo siga manteniendo prácticamente sin alteraciones tras veinte años de competencia en este mercado.
Con un ecosistema digital en permanente ebullición desde hace ya más de una década (Google acaba de cumplir diez años en el Nasdaq) imponer y mantener el Principio de Marginalidad como clave de bóveda de la regulación para las relaciones entre las telecomunicaciones y el resto de los eslabones de la cadena de valor, solo puede calificarse de error estratégico y de rémora institucional que está condicionando el futuro de una Europa que un día llegó a ser líder de las telecomunicaciones a nivel mundial.
Corolario 2:
El único eslabón que puede recoger los beneficios del valor percibido por los clientes es el que está en contacto directo con ellos. El resto ha de conformarse con vender sus productos a precios orientados a costes (incrementales a largo plazo).
Cabría preguntarse si esto es así porque los eslabones intermedios tienen su rentabilidad garantizada. La respuesta es claramente negativa, porque:
– Nadie les garantiza un volumen de ventas.
– Si no consiguen los volúmenes de ventas precisos, sufrirán los ajustes regulatorios correspondientes en el cálculo de sus costes repercutibles, por tener capacidad excedentaria.
Otra pregunta podría ser si este modelo garantiza la apuesta inversora. Evidentemente puede considerarse una pregunta meramente retórica, partiendo de la idea de que la/s red/es ya existe/n y permanece/n inalterada/s.
Finalmente podemos preguntarnos si este modelo garantiza la dinámica innovadora. Cabe concluir que:
– Se da por supuesto que la auténtica innovación se produce en la relación directa con el cliente final.
– Para el resto de los eslabones, innovar debiera suponer sólo abaratar sus costes y, con ello, los precios de relación con el resto de la cadena de valor.
– Cualquier otro tipo de innovación en los eslabones intermedios supone en este contexto poner en cuestión el modelo y, por tanto, se considera incluso contraproducente.
Con carácter general, se entiende que el último eslabón no requiere ser disciplinado y es en sí mismo competitivo. En caso contrario, se intentaría incrementar su nivel de competencia mediante un aumento de sus márgenes a costa de los eslabones anteriores, para favorecer la aparición de un mayor número de agentes en dicho último eslabón.
En este contexto, aquellos casos en que el último eslabón ni siquiera tenga relaciones económicas con los anteriores se podrían considerar que rozan el óptimo del objetivo perseguido con la marginalidad, por lo que, también con carácter general, no requieren ningún tipo de actuación regulatoria salvo para evitar que los eslabones intermedios condicionen la dinámica de sus extremos.
No debiera sorprendernos que los agentes más netamente inversores vayan quedando alejados del eslabón de contacto con los clientes. Aunque tal vez sea más correcto decir que lo que no es sorprendente es que emerjan agentes no inversores intermediando con los clientes, alargando de esta forma la cadena de valor. Esto, en sí mismo, podría no ser ni bueno ni malo siempre que el nuevo eslabón genere valor para el sistema y no se justifique sólo por el amparo regulatorio, lo cual debiera ser una línea de reflexión permanente para las instituciones.
Corolario 3:
Otro corolario del Principio de Marginalidad es la inmutabilidad del Mercado de Referencia, que estaría perfectamente definido y tasado para cada eslabón de la cadena, aunque en este caso se admiten algunos matices, como veremos a continuación.
Los agentes del último eslabón tienden a no tener ninguna relación con el eslabón anterior, construyendo su oferta de productos y servicios desde la marginalidad por encima de la oferta de dicho eslabón precedente, al que le exigen neutralidad.
Esto no impide la aparición de agentes de último eslabón que innovan atacando con precios bajos para el usuario, si no gratuitos, parte de la base del negocio de los eslabones anteriores de la cadena, poniendo en cuestión el ámbito de mercado de los mismos. De esta manera:
– Se permite un mayor campo de actuación para los agentes del último eslabón.
– Se reduce el perímetro de negocio de los eslabones anteriores (lo que para los operadores de telecomunicaciones ha supuesto ceder en aspectos históricamente tan relevantes como las comunicaciones y acotar su rol a la oferta de mera conectividad).
– Los eslabones finales establecen así una nueva línea en la que exigir neutralidad.
Curiosamente, esta dinámica se considera positiva desde el punto de vista político y regulatorio, como generadora de eficiencias y de tensión competitiva para el sistema, permitiendo abaratar las comunicaciones para los usuarios.
Al dar por supuesta la existencia del resto de los agentes de la cadena de valor, el Principio de Marginalidad no permite siquiera cuestionar si estas nuevas líneas de retranqueo del negocio de los operadores pueden llegar a suponer la destrucción para el ecosistema de una fuente de ingresos que pudiera ser imprescindible para su subsistencia. Sin embargo, todo el ecosistema se soporta sobre unas infraestructuras que estamos comprobando están crecientemente agotadas por lo que precisan ser permanente reforzadas y renovadas.
La única vía para salir de esta situación con claves que permitan una mayor sostenibilidad del Ecosistema Digital a largo plazo es repensar la globalidad del negocio a partir de un principio más panteísta y considerarlo como un entramado interdependiente donde nadie puede sentirse ajeno, porque todo depende de todo lo demás.
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