El New York Times publicaba recientemente un artículo de Willian Alde que posteriormente, el jueves 30 de abril de 2015, fue recogido en el diario El País con el título: «La Bolsa de Chicago enmudece». Como es bien conocido, la Bolsa de Chicago es el mercado mundial de referencia para las materias primas y, por acotar el alcance de la noticia antes de que cunda el pánico: no, no se trata de que el mercado de materias primas deje de existir, sino de que la imagen y el sonido que todos recordamos de un grupo de personas con un atuendo distintivo, gritando, agitando los brazos y pululando nerviosas por el patio de operaciones de la Bolsa va a dejar de ser definitivamente así, porque a partir del próximo verano todas las transacciones mercantiles pasarán a hacerse por vía electrónica.
La Bolsa de Chicago fue una referencia de la consolidación del capitalismo a lo largo del siglo XIX y lo es ahora de su evolución. El capitalismo empezó vendiendo materias primas que todavía no existían, apostando porque la cosecha de trigo de la siguiente campaña fuese buena, mala o regular; siguió con la compra-venta de los documentos que reconocían esos derechos adquiridos previamente sobre unas expectativas de bienes y resultados futuros; y culmina su proceso de desmaterialización con la digitalización no solo de los documentos sino también del propio acto de la venta. Es todo un símbolo de los nuevos tiempos, en los que se hacen transacciones virtuales, de derechos registrados en algo tan etéreo como para llamarlo «la nube», sobre supuestas materias primas todavía inexistentes.
Estos días la prensa ha recogido también distintas reflexiones sobre el futuro de la banca en el nuevo contexto digital, sobre los nuevos competidores ajenos al negocio bancario tradicional y sobre la necesidad de que los bancos tradicionales se transformen en “empresas de software” (ver declaraciones de Francisco González, Presidente del BBVA, en el reciente Mobile World Congress de Barcelona). Vuelve a ser un reflejo del proceso imparable de desmaterialización de toda la economía, que termina poniendo en cuestión el valor asignado a las transacciones, a los derechos, a los servicios e, incluso, a los productos más físicos.
Al intentar vislumbrar este futuro de lo virtual, más como ciudadanos que como clientes, no podemos dejar de sentir un cierto vértigo, comprensible si tenemos en cuenta que la crisis en la que seguimos inmersos ha sido provocada por el creciente distanciamiento entre el mundo financiero y el mundo real. No hay duda de que este proceso de la digitalización —que consideramos aconsejable además de imparable— nos lleva por unos caminos en los que aumenta el riesgo de que economía real y economía financiera se puedan desacoplar, lo cual es necesario tomarlo en consideración desde el momento inicial del diseño de los nuevos tiempos, abriendo líneas de reflexión, debates y trabajos entre las instituciones y todos los agentes implicados.
El éxito del capitalismo está en haber sido capaz de adaptarse a los sucesivos cambios de los tiempos sin que se haya perdido la confianza en el sistema, incluso a pesar de sus inevitables crisis. Conseguir mantener el nivel de confianza tras la siguiente vuelta de tuerca propiciada por la digitalización va a ser uno de los grandes retos a los que se enfrentará el sistema en el futuro inmediato.
De las muchas reflexiones que se pueden derivar de la creciente desmaterialización de la economía, queremos detenernos hoy brevemente en sus implicaciones sobre el proceso de fijación de los precios en este contexto de lo inmaterial.
Si damos por supuesto la existencia de las redes (siguiendo el Principio de Marginalidad que definíamos en nuestro post “Principio de Marginalidad. Corolarios”), es fácil constatar que el coste unitario de una transacción es prácticamente nulo aunque el intercambio se produzca entre ámbitos geográficos muy distantes. Si el objeto de la transacción es un servicio o producto digitalizable (como pude ser un programa informático de gestión, una aplicación software para el móvil, el contenido de un libro, una canción de música, una película o un videojuego) nos encontramos que el coste real se circunscribe al momento de su creación, porque las sucesivas copias son prácticamente gratuitas.
Este escenario que estamos viviendo desde hace años, se complica con las facilidades que aporta también la digitalización para que terceras partes eludan cualquier tipo de control sobre los derechos de propiedad y de uso porque, con carácter general, tampoco será necesario utilizar un original máster para hacer copias, sino que cualquiera de las copias realizadas servirá a su vez para replicar el producto, por lo que el proceso es susceptible de repetirse una y otra vez, hasta el infinito. Y cuando puede existir una oferta infinita con una relativa facilidad y sin costes, los precios solo pueden tender a cero.
No es muy diferente a lo que sucede en nuestro sistema financiero, cuando sobre un activo se crea un derecho, sobre el que se puede generar un derivado, que se podría utilizar como respaldo de créditos, que a su vez se pueden titulizar y ser negociados en el mercado de capitales,… A esto se le llama dar liquidez al sistema, pero el activo que lo soporta solo es uno, el que teníamos al principio. Mientras se mantiene el nivel de confianza en el sistema, todo funciona como si se tratase de un juego en el que no rige el principio de equilibrio por el cual uno gana si otro pierde, sino que asistimos a una especie de huida hacia adelante en la que aparentemente todos podemos ganar.
No nos olvidamos de que cuando esta dinámica supera los límites de la lógica nos encontramos con nombres tan sonoros como Ponzi, Madoff, las subprime, las estafas piramidales,… Algún atractivo fatal debe haber en todo esto para que una vez tras otra repitamos inexorablemente los mismos errores. No hace falta decir que el último en llegar antes de pincharse la burbuja es quien termina asumiendo el coste de todo esto y perdiendo la totalidad de sus inversiones, porque el límite de la función de desmaterialización siempre tiende a cero.
Como no nos atrevemos a dar soluciones al sistema capitalista, nos conformamos con subrayar el paralelismo entre la desmaterialización financiera y la desmaterialización digital. Por supuesto, cuando ambas se alinean la dinámica que rige el proceso de desmaterialización se convierte en exponencial y podemos encontrarnos con la tormenta perfecta, lo cual ya ha quedado señalado como uno de los grandes retos de nuestro próximo futuro.
Comentarios