El valor de unas infraestructuras cargadas de futuro.

El valor de unas infraestructuras cargadas de futuro.
El valor de lo importante. Vista de Peña Castillo desde Peña Santa Cruz, con el Castro de la Ulaña al fondo. Geoparque Las Loras.

 

Un análisis grueso de las sucesivas Agendas Digitales que han venido elaborando los distintos Gobiernos en España nos lleva a constatar que básicamente las únicas líneas de actuación que han alcanzado sus objetivos con nitidez son las correspondientes al despliegue de infraestructuras de telecomunicaciones (tanto en su vertiente fija -despliegue de fibra óptica- como en la móvil). Mientras, los objetivos más soft, como pueden ser los de formación y capacitación digital o el nivel de uso de esas mismas infraestructuras para los ámbitos profesional, empresarial e institucional, han tenido un nivel de cumplimiento que nos deja lejos de los países con los que quisiéramos compararnos.

Esta realidad no es ajena a que España, a día de hoy, siga teniendo como asignatura pendiente el cambio de su estructura empresarial hacia una economía de mayor valor añadido. Siendo cierto que sin las infraestructuras adecuadas no podemos avanzar, también lo es que “no sólo de infraestructuras vive el hombre”. Sirva esto para subrayar la importancia de las infraestructuras, pero sin otorgarlas o, mejor, sin exigirlas más poder y capacidad transformadora de la que realmente tienen.

Curiosamente, las infraestructuras de telecomunicaciones nunca habían estado tan valoradas como hasta ahora. Los operadores han visto con sorpresa cómo sus infraestructuras cogían vuelo precisamente después de haber empezado a desprenderse de ellas, aunque este hecho no deja de tener lógica al propiciar la concentración de infraestructuras y su compartición.

Hasta aquí la historia, pero ¿qué expectativas cabe esperar para el futuro? Podemos analizarlo en una doble dimensión: una horizontal que tiene relación con el crecimiento de lo ya conocido, bien sea a nivel orgánico o inorgánico, y otra vertical que tiene que ver con la profundidad, con el desarrollo de nuevas capacidades sobre las infraestructuras tradicionales.

No hay duda de que todavía queda recorrido en el plano horizontal, tanto orgánico -en el ámbito nacional- como inorgánico -en el internacional-. Todo apunta a que la tensión competitiva entre los operadores de telecomunicaciones no va a disminuir, favorecida por la presión regulatoria (que facilita la continua aparición de nuevos operadores) y tecnológica (no tenemos aún 5G y ya se empieza a hablar de 6G), por lo que los operadores (condenados a mejorar eternamente su nivel de eficiencia) tenderán cada vez más a reducir el inmovilizado de sus balances.

Pero tal vez el recorrido más relevante, y donde los operadores de infraestructuras se van a jugar la reválida e incremento de su valor, es en el plano vertical: ¿qué capacidades adicionales pueden llegar a integrar sobre las tradicionales infraestructuras pasivas? ¿Hasta qué capa de inteligencia es factible la compartición de activos de red? ¿Qué opciones de infraestructuras de “última milla” pueden desarrollarse bajo un principio de compartición y neutralidad para los operadores de telecomunicaciones? ¿Qué oportunidades se abren para infraestructuras de cliente con capacidades plenas e independientes en el ámbito privado, al margen de su conexión con el mundo exterior?

Es más que probable que el elevado valor que se está reconociendo a los operadores de infraestructuras (más que a las infraestructuras propiamente dichas) esté recogiendo ya estas expectativas de desarrollo vertical del negocio. De lo que no hay duda es de que las infraestructuras de telecomunicaciones hace tiempo que se han convertido en un negocio que no es ni fácilmente predecible, ni aburrido.

 

Nota: Este artículo ha sido publicado previamente en la Newsletter 2020 de Operandi.

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