Jose Ignacio López de Arriortúa revolucionó las relaciones de suministro en el sector del automóvil. Imagen: composición de Fermín Marquina.
La especialización funcional dentro de la empresa que se ha venido desarrollando a lo largo de todo el siglo XX y los avances tecnológicos en las comunicaciones físicas y digitales de finales de siglo, reforzaron el fenómeno de Donut geográfico que se había iniciado ya con la desruralización, proceso que fue objeto del artículo publicado recientemente también por Queland bajo el título “Estructura empresarial, Donut geográfico y globalización”.
Como muestra de que la segmentación funcional no es algo nuevo, basta con situarnos en los albores de los años 80 del pasado siglo para encontrarnos con un ejemplo paradigmático: el caso “Arriortúa” refleja muy bien algunas de las implicaciones de una desestructuración funcional llevada hasta el límite de la separación societaria, aunque posteriormente hemos podido apreciarlas de manera más generalizada.
Mucho antes de que la digitalización de la economía mostrase su potencial, desde el poderoso sector del automóvil empezaron a escucharse voces que alertaban sobre la amenaza que suponía para los países desarrollados la creciente vitalidad industrial del sudeste asiático. En aquellos momentos cobró relevancia la controvertida figura del ingeniero vasco José Ignacio López de Arriortúa que, primero desde General Motors —donde llegó a ser jefe mundial de compras— y después desde Volkswagen —donde asumió el cargo de vicepresidente—, revolucionó la gestión de compras y las relaciones con los suministradores.
Con un discurso apalancado en la amenaza que suponía la citada competencia asiática, por su alta productividad y su elevado nivel de eficiencia, a Arriortúa le gustaba decir que las acusaciones de dumping social que se esgrimían con frecuencia desde occidente eran sólo “excusas de mal perdedor” y que era necesario adaptar nuestras empresas para afrontar el reto de competir. Para ello, ideó un sistema que profundizaba en la separación de algunos de los eslabones del proceso de producción, reservando el diseño de los automóviles para las grandes marcas y trasladando hacia los suministradores toda la responsabilidad y presión vía precios de compra, obligaciones de disponibilidad de materiales, compromisos de entrega y exigencias en los niveles de calidad.
Por supuesto, Arriortúa comprendió que no necesitaba incorporar bajo una misma firma la totalidad de los procesos productivos de la cadena de valor del sector del automóvil para tener un control absoluto —end to end— sobre la totalidad del negocio, apalancado en el poder y valor asignado a la marca.
Al margen de sus problemas jurídicos, derivados del cambio de una empresa de automoción a otra, lo cierto es que consiguió sacar a General Motors de una profunda crisis y, posteriormente, que Volkswagen volviese a los números negros en un breve espacio de tiempo. En cualquier caso, es posible que encontremos valoraciones muy distintas sobre la figura de Arriortúa dependiendo de si preguntamos a las grandes marcas del automóvil o a sus suministradores y a la industria auxiliar. De lo que no cabe ninguna duda es de que, en sus relativamente escasos años de gloria, contribuyó decisivamente a cambiar para siempre la industria de la automoción.
Por aquello de que “dinero llama a dinero”, el valor y el poder en las empresas tienden a concentrarse en las áreas funcionales consideradas más cool que, con permiso de los departamentos financieros, coinciden con aquellas que requieren un mayor conocimiento de los clientes; a esto le sigue la externalización de los procesos menos valorados; a continuación se produce su deslocalización buscando contextos favorables y recursos baratos; y finalmente llegamos a la especialización geográfica. Contado así, se podría decir que éste es un proceso puramente racional, que no tiene por qué ser ni bueno ni malo… Pero, entonces… ¿cuál es el problema?
Empezando por el plano microeconómico hemos de subrayar el desbalance de derechos y obligaciones que se produce entre las diferentes empresas implicadas, unas con poder y capacidad de control y otras con la única opción de asumir su condición de dependientes, lo cual podría llegar a requerir de alguna actuación desde el ámbito de la regulación sectorial y/o la regulación de la competencia.
Los problemas que ocasiona esta dinámica de concentración de valor desde el punto de vista macroeconómico se ponen de manifiesto con la aparición de Donuts geográficos de difícil reversión (incluso a pesar de las actuaciones que puedan realizarse desde la política económica intentando crear el contexto adecuado para mitigar estos desequilibrios), que a la postre cuentan con potencial para devenir en Donuts sociales, tal como se refleja en otro artículo también publicado por Queland con el título “La digitalización acelera el efecto Donut”.
Nota:
Si quieres acceder a artículos anteriores de Queland relacionados con el efecto Donut, entra aquí:
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