Orangután. Macho alfa de Kalimantan (Isla de Borneo). Foto: Fermín Marquina. Agosto 2013
Podría ser el título de una de esas películas distópicas que ahora se llevan tanto y que, no deja de ser curioso, proliferan especialmente con las crisis sociales, como si quisiéramos con ellas conjurar y olvidar todos los miedos de nuestra vida real. Pero, no; no es una distopía, sino que podría ser el titular de cabecera de un periódico de cualquiera de estos días.
Esta vez, su punto de partida ni siquiera está en los populares riesgos de la digitalización, sino en el hombre-ombligo del mundo (no en vano la Biblia nos otorga o, mejor, y sin ánimo de ofender a nadie, en la Biblia nos auto-otorgamos el poder sobre todo el universo), en la rapiña del hoy frente al mañana y en una globalización descontrolada guiada por la maximización del coste- beneficio en un contexto en el que se invisibiliza cualquier coste que no suponga una salida directa de nuestra tesorería.
Lo cierto es que llevamos decenas de años aprovechando (alguien podría considerar más adecuado decir «abusando») en la industria alimentaria de un producto al que nuestro miope sistema le asigna un coste significativamente más reducido que al resto de los productos que pudieran ser sus sustitutivos: nos referimos al aceite de palma, que se ha convertido en el estabilizante y antioxidante de referencia para buena parte de los productos de alimentación manufacturados.
Este avance de nuestra civilización está suponiendo la creciente utilización de grandes extensiones de tierra para el cultivo de la planta de la que se obtiene el citado aceite de palma, lo que está llevando a la desaparición de bosques enteros en determinadas zonas de nuestro planeta (muy especialmente en el sudeste asiático) para sustituirlos por estas nuevas plantaciones «mucho más rentables». Todo esto está implicando la reducción acelerada del hábitat de determinadas especies que se encuentran en avanzado peligro de extinción, como son los orangutanes. Estos son algunos de esos costes por los que nadie pasa factura y que no queremos ver.
En «El planeta de los simios» hubo un día en el que los monos se rebelaron y tomaron el poder, dando la vuelta a la tortilla en su relación con el género humano. Ahora, parece que los orangutanes, en lugar de esperar a que un líder revolucionario de su especie se alce en armas contra el invasor, han desarrollado un arma más sutil y están envenenándonos durante años de manera indirecta pero sistemática: el mismo aceite de palma que a ellos les expulsa de sus tierras y les condena a la extinción, está perjudicando gravemente nuestra salud, de acuerdo a estudios científicos recientes.
La naturaleza nos está echando un pulso: «La venganza del orangután» está en marcha. ¿Acabaremos con los orangutanes antes de que el aceite de palma acabe con nosotros? ¿Llegaremos a asignar a los productos que nos ofrece la naturaleza los costes reales que les corresponde?
Si algún día conseguimos corregir el rumbo es posible que nos lo agradezcan el resto de las especies que nos acompañan en el camino y, sobre todo, nuestras propias generaciones venideras.
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