Este mapa refleja la conectividad mundial de Facebook en 2010.
En el artículo que publicábamos en Queland (www.queland.es) con el título “Estructura empresarial, Donut geográfico y globalización” veíamos cómo la especialización funcional desarrollada dentro de las empresas a lo largo del siglo XX había derivado en su desestructuración, prendiendo la mecha de un fenómeno que denominábamos “donut geográfico” e impulsando la globalización de la economía merced a los avances tecnológicos de finales de siglo en el ámbito de las comunicaciones.
Por si todo esto no fuese suficiente, asistimos a una progresiva y creciente digitalización de toda la sociedad que, hoy, está apalancando aún más la citada globalización:
- Los procesos productivos son susceptibles de ser troceados y los eslabones de su cadena de valor pueden situarse en cualquier parte de mundo. Lejos de caer en posibles ineficiencias como consecuencia de la desestructuración empresarial y la deslocalización de funciones, la digitalización está permitiendo incrementar el nivel de excelencia operativa de las empresas y para las empresas de una determinada dimensión es ahora aún más atractiva la opción de separar las funciones empresariales de extracción de materias primas y/o de fabricación de aquellas otras responsables de la concepción de los productos y de su comercialización a nivel mundial.
- Asistimos a un proceso de sustitución sistemática de bienes físicos por bienes digitales, además de aparecer nuevos productos exclusivamente digitales, en los que el concepto distancia ha desaparecido.
- Están emergiendo nuevos modelos de negocio digitales que requieren mercados cada vez más globales.
Por tanto, a las posibilidades que la digitalización aporta en favor de la globalización (apartados 1 y 2) se une la necesidad de conseguirlo (apartado 3), por lo que no puede sorprendernos que su impacto sobre el avance de este proceso tenga un carácter exponencial.
Por supuesto, esta evolución dista de ser tranquila y nos hace transitar por escenarios socioeconómicos inestables y difícilmente sostenibles en el tiempo, provocando desequilibrios y tensiones difíciles de dirimir entre el mundo tradicional y las fuerzas que impusan su transformación. La necesidad de contar con una cada vez más rápida capacidad de adaptación social a los nuevos cambios provoca incluso un cierto ludismo, producto de la histéresis de una sociedad que reacciona frente a las permanentes exigencias de cambio que se le requieren para adecuarse a los nuevos tiempos.
- Del “Donut geográfico” al “Donut social”.
A diferencia de las tradicionales industrias de tipo fabril, en los nuevos mercados que surgen con la digitalización nos encontramos frecuentemente con dinámicas en las que “the winner takes it all”, por lo que se produce una aún mayor concentración del valor añadido generado, con implicaciones paralelas directas sobre el poder y el control social. El número de países ganadores en este proceso se reduce significativamente, hasta el punto de que pierde relevancia la tradicional distinción entre países desarrollados y en vía de desarrollo y surge un nuevo eje discriminante: el potencial de emprendimiento de cada país en el nuevo contexto digital y su capacidad para expandir su oferta a todo el orbe. Los líderes pasan a ser los “Digital winners”.
Complementariamente, dejan de tener sentido numerosos puestos de trabajo tradicionales intensivos en mano de obra y se polariza aún más la estructura social: quienes dominan el nuevo mercado digital se hacen cada vez más ricos, los técnicos especialistas digitales son cada vez más valiosos, pero el resto se empobrece hasta el punto de no poder encontrar ni siquiera un trabajo que les permita vivir con dignidad. El Donut social se hace evidente en todos los países, incluso en aquellos tradicionalmente más avanzados, en los que buena parte de la mano de obra menos cualificada —hasta ahora imprescindible— es expulsada del mercado laboral.
En lo que respecta a la dinámica de los países, la virtualización de la economía inclina la balanza comercial de manera brutal en beneficio de los más aventajados en la nueva asignatura de la digitalización, que absorben todo el valor añadido. Paradójicamente, además, la desigualdad en el reparto del valor aumenta en la medida que el resto del mundo va progresando también en la digitalización de su economía, porque su incorporación a los nuevos mercados representa unas oportunidades de negocio inéditas que sólo son capaces de aprovechar los nuevos líderes digitales. En este contexto, sin perjuicio de aplaudir el espíritu de superación de cualquier país, parece evidente que llegar a superar al primero de la clase —que se hace más fuertes en la medida que el resto también avanza— es una meta difícil de conseguir, si no imposible.
La disparidad aquí no está en que unos sean los fabricantes y otros se lleven el valor añadido, sino en que unos ponen el mercado y otros se llevan todo lo demás.
No es necesario insistir en que un escenario de estas características carece de un mínimo de sostenibilidad porque… en una economía crecientemente digitalizada, ¿qué mercado cabe esperar a medio y largo plazo en un país sin una oferta digital propia e incapaz de retener su valor añadido?
Si la desestructuración empresarial que veíamos en nuestro artículo “Estructura empresarial, Donut geográfico y globalización” hacía emerger el interrogante sobre cómo se repartía el valor añadido entre las diferentes funciones empresariales, la digitalización traslada el debate a si el valor lo aporta la oferta o si pertenece al mercado, con implicaciones relevantes sobre la fiscalidad, su potencial redistributivo y el desarrollo de los países.
El nivel de preocupación que se deriva de este cuadro alcanza tintes de dramatismo al analizarlo desde Europa y darnos cuenta que, en grandes líneas, es un reflejo fiel de la triste realidad de la práctica totalidad de los países europeos.
Nota:
Si quieres acceder a artículos anteriores de Queland relacionados con el efecto Donut, entra aquí:
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