La Competencia: Entre «El Camino de Perfección” y el Éxtasis

La Competencia: Entre «El Camino de Perfección” y el Éxtasis

En el año en que se cumplen (o se celebran, según el credo) los 500 años del nacimiento de SantaTeresa, hemos de reconocer el mérito de una mujer adelantada a su tiempo, que removió conciencias y promovió reformas en una Iglesia en plena contra-reforma, adaptándose a las condiciones del contorno que le tocó vivir pero sin asumir por ello los excesos de unas instituciones con un amplio margen de mejora.

Para adelantarnos a las críticas, asumimos de antemano que seguro carecemos del rigor y conocimientos necesarios para apreciar a esta mujer singular en toda su dimensión. No obstante, recordando nuestras raíces y nuestros estudios juveniles sobre la literatura del siglo XVI, nos permitimos reflexionar sobre ella valorando más a la Teresa que a la Santa.

Es evidente que Santa Teresa era una e indivisible con todos sus matices, pero nos interesan más sus ansias de cambio y la apreciación de esta vida como «camino de perfección» incluso entre los pucheros —sin necesidad de coincidir en hacia dónde debe ir ese camino— que su faceta más mística y extasiada.

Cuando preguntamos a nuestros sacerdotes sobre el Paraíso nos lo definen como una situación de éxtasis, de plenitud,… y de inmovilidad. Sin pretender escandalizar ni pervertir a nadie, casi dan ganas de optar por el averno, donde seguro que se sufre más pero al menos podemos imaginarnos vivos. Confiamos que nuestros lectores, al contemplar las miserias del mundo, aprecien sobre todo sus posibilidades de redención.

Sin embargo, el hombre siempre se ha sentido pequeño en este mundo y ha buscado en Dios una Verdad a la que aferrarse, en las autoridades terrenales una conexión con esa divinidad y en la estabilidad de las instituciones y de sus principios rectores una evidencia de que el statu quo es inexorable y forma parte de la Fe Verdadera. Como nos explica Yuval Noah Harari en su libro “De animales a dioses”, todos estos conceptos —Dios, autoridades, instituciones y reglas— son «realidades imaginadas» por el hombre que han logrado ser “intersubjetivas” al ser compartidas por millones de personas. Por ello, Noah Harari nos dice que perdamos toda esperanza de huir de estas realidades porque para ello tendríamos que “creer primero en un orden imaginado alternativo”, de tal forma que “cuando echamos abajo los muros de nuestra prisión y corremos hacia la libertad, en realidad corremos hacia el patio de recreo más espacioso de una prisión mayor”.

Asumiendo nuestras limitaciones y sin ser capaces de construir una nueva realidad que sustituya a las ya existentes, pero con el suficiente espíritu crítico como para no dar por supuesto el orden establecido, nos atrevemos a cuestionar la existencia del Paraíso y no dudamos al afirmar que la Perfección no existe, al igual que otras supuestas verdades absolutas: La Felicidad, si existiese, nos sumiría en un estado de letargo y atontamiento; la Pureza seria lamentablemente estéril;…

Podríamos continuar con una larga lista de grandes verdades que “casi” nunca nos han parecido verdaderas, pero confiamos que a estas alturas hayamos sembrado ya el suficiente nivel de inquietud como para pasar a preguntarnos sobre la supuesta validez de determinados temas que, si bien se pueden considerar como un poco más prosaicos, sustentan con su pretendida perfección buena parte del orden establecido y gozan en nuestra sociedad de un estatus equivalente a las citadas realidades imaginadas e intersubjetivas.

Así, podemos aproximarnos al concepto conocido como «Competencia Perfecta», que curiosamente, en su perfección, se ha mantenido más estable que el concepto del que emana, el liberalismo, el cual ha sido manoseado en exceso hasta el punto de convertirse en bandera para defender planteamientos totalmente contrapuestos.

Empezando por la semántica, la expresión Competencia Perfecta es un auténtico oxímoron dado que la perfección supone una situación de equilibrio no susceptible de ser mejorada, lo que nos llevaría a la inmovilidad del mercado y, por lo tanto, a eliminar cualquier atisbo de competencia. Siendo esto así, más bien parece que debiéramos perseguir un escenario que propicie el dinamismo del mercado antes que otro definido por un estado de pureza tal que solo es concebible en nuestra imaginación, o si nos retrotraemos al momento en que vivíamos en armonía con la naturaleza (si esto ha llegado a ser realidad en algún momento y no un mero desvarío de nuestra inteligencia).

Pero lo peor de todo es que presupone que todavía hoy estaríamos en esa situación, con todas sus consecuencias: Un mundo no evolucionado, ni evolucionable que posiblemente nos hubiese permitido mantener inalterado nuestro modus vivendi desde la más tierna infancia de la humanidad en una sociedad colaborativa y de trueque, por lo que a día de hoy posiblemente hubiésemos llegado a alcanzar la cifra de… ¿hasta 100 millones de habitantes?

En estos casos siempre cabe la tentación de cerrar la puerta una vez que ya estamos dentro. Es sorprendente con qué facilidad y frecuencia caemos en esta tentación, como podemos comprobar si analizamos el fenómeno de la inmigración: Todos somos resultado de un mestizaje que algunos consideramos que ha sido clave en el proceso de evolución y avance de la humanidad, sin embargo apenas una o a lo sumo dos generaciones bastan para sentirnos incómodos y no querer admitir a ninguno más.

En cualquier caso y volviendo a Noah Harari, hayan sido o no acertadas las decisiones que a lo largo del proceso evolutivo ha ido tomando el género humano, se trata de pasos que no tienen vuelta atrás. Tal vez hubiera sido posible esa sociedad idílica y perfecta con una población en el planeta de unos pocos millones de habitantes, pero con más de 7.000 millones de seres humanos sobre la Tierra resulta absolutamente inviable, por lo que tampoco es válido utilizar este escenario imposible como objetivo a conseguir.

Habiendo abogado más por el camino de perfección que por la perfección misma, nos encontramos ahora en la encrucijada de que no está nada claro qué es la perfección, y por lo tanto tampoco resulta tan fácil elegir el camino correcto. Lo que parece evidente en nuestro caso es que, invalidada la Competencia Perfecta como estado conseguible y ni siquiera aconsejable, tampoco debiera ser el faro que ilumine nuestro camino.

Lo cierto es que, por si no fuera suficiente la utilización como objetivo de una realidad imaginada como la Competencia Perfecta, y mientras no exista, hemos tenido la osadía de imponer algunas de sus consecuencias como si ya estuviese conseguida (véase la decisión de ajustar los precios a los costes incrementales a largo plazo) con resultados desastrosos por las razones ya aludidas: No sabemos si hubo un día en el que la Competencia Perfecta fue un escenario factible pero, aunque así fuera, su tiempo ya pasó y la situación hace mucho que es irreversible.

Por aquello de terminar abriendo una puerta que nos permita mirar hacia alguna parte, pero sin ánimo de pontificar, consideramos que una institución normativa como la regulación y la competencia, con sus órganos asociados, debiera ser un instrumento de la política económica y social y, en lugar de encastillarse en unos objetivos abstractos ajenos al mundo real, debiera comprometerse con unas metas razonables, medibles y ambiciosas pero conseguibles. En nuestra opinión, los grandes objetivos debiéramos decidirlos entre todos, de manera directa o indirecta, que somos quienes tenemos derecho hasta a equivocarnos. El camino y sus jalones temporales para avanzar hacia ellos serían responsabilidad de la institución, que tendría en dichos objetivos la vara de medir de su éxito o fracaso.

 

Nota: Entendemos que un mercado está en Competencia Perfecta cuando alcanza un punto de equilibrio que maximiza el beneficio social al no existir un escenario alternativo en el que alguien pueda mejorar sin perjudicar a otro. Esto se conseguiría en un escenario con un gran número de agentes sin capacidad individual para alterar un mercado en el que, además, pudieran entrar y salir libre y fácilmente sin barreras de entrada ni costes de salida.

6 comments

  • Fermin.

    Magnifica reflexion,sobre una verdad académica,que debiera ser sometida a revision.

    Te animo a que nos sigas deleitando con temas tan interesantes.

  • Muy buen artículo, Fermin. Y mejor, la idea de que «los grandes objetivos debiéramos decidirlos entre todos», al menos entre los que habéis desarrollado un conocimiento profundo de la regulación y competencia.
    Un abrazo. Cayetano.

    • Para los menos próximos, que conste que los elogios de los amigos no cuentan. Creo que puestos a escuchar hay muchas opiniones que debieran ser tenidas en cuenta, pero hay un primer jalón que no es baladí, y es abrir el melón de la discusión y cuestionarnos si las Verdades de siempre lo siguen siendo todavía, o debemos trabajar para sustituirlas por otras que nos permitan encarar el futuro con unas bases más adecuadas.

  • Daniel Lista (comentario realizado en el Grupo De Regulación de las Telecomunicaciones – Red de Especialistas, de Linkedin)

    Es correcto lo que se comenta. Entiendo que por esa razón tiende a utilizarse el concepto de «mercados desafiables», que es más amplio que el de mercados en competencia perfecta.
    Daniel Lista

    • Respuesta realizada en el Grupo De Regulación de las Telecomunicaciones – Red de Especialistas, de Linkedin)

      Lamentablemente, creo que el concepto mercado «desafiable» o «contestable», acuñado por Baumol y utilizado con carácter general por todas las agencias regulatorias (en particular las europeas) tiene problemas similares al de «competencia perfecta», tanto en su concepción teórica como en su aplicación práctica. Baumol, persiguiendo el ideal de la competencia perfecta, intenta eliminar para los nuevos agentes las barreras de entrada y salida del mercado, propiciando tácticas (difícilmente se podrían considerar estrategias) de «hit and run» y consagrando el triunfo del cortoplacismo en mercados que precisan de una visión a largo.

      Lo cierto es que la teoría de la contestabilidiad sigue sin considerar ni la inversión ni la innovación, lo cual en un contexto como el de las telecomunicaciones o el ecosistema digital en su conjunto es situarse fuera de la realidad.

      Antes que Baumol, Joan Robinson desarrolló el concepto de «competencia imperfecta», que adolecía de problemas similares al de los mercados «desafiables o contestables», hasta el punto de que ella misma reconoció con posterioridad la necesidad de «distinguir los aspectos de competencia a corto plazo, que se ocupan de la política de precios y la utilización de la capacidad productiva existente en la actualidad, de aquellos otros aspectos de largo plazo, que se ocupan de las inversiones, que tan decisivas son en la teoría económica y en la regulación».

      El párrafo anterior está recogido textualmente de un libro cuya lectura recomiendo para cuantos estén interesados en estos temas: se trata del «Ensayo sobre la regulación tecnológica», de Crisanto Plaza, publicado recientemente por la Editorial Taurus. El texto entrecomillado se puede encontrar en su Capítulo 5- Mercado y Competencia, página 251.

      La teoría de juegos podría representar una buena aproximación teórica a ese doble plano del corto y el largo plazo, pero me temo que a día de hoy todavía no se ha desarrollado un cuerpo teórico que permita su aplicación práctica. Esta evidencia debiera servirnos de acicate para avanzar en el desarrollo de un modelo que refleje la realidad de nuestros mercados, en lugar de acomodarnos en un cuerpo de doctrina cuya supuesta solidez no es sino rigidez, la cual es mayor cuanto más se aleja de la realidad que intenta interpretar y regular.

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